¿CATARSIS O ESPECTÁCULO?

Es el interrogante que podemos plantearnos ante la sucesión de acontecimientos que, un día sí y otro también, están envolviendo la actividad de este país. Si nos detenemos en el arborescente caso Pujol, las tarjetas de los exdirectivos de Caja Madrid, la marea independentista de Cataluña o la crisis del ébola, habrá que convenir que estamos ante una catarsis de proporciones hasta ahora desconocidas: un acto de purificación de la actividad política que nos recuerda las tragedias de Sófocles. Ahora bien, si nuestra atención se enfoca hacia el asunto del «pequeño Nicolás»―ya veremos cómo termina― nos situamos no en las comedias de Aristófanes, sino en el mero espectáculo esperpéntico de un Valle-Inclán actualizado.

Con «Tangentópolis», la operación desarrollada entre 1992 y 1994 por parte de la judicatura italiana contra la corrupción, se contabilizaron unas 1200 condenas ―en su mayoría miembros del Partido Socialista y de la Democracia Cristiana―, amén de provocar 30 suicidios y la desaparición de los principales grupos políticos. Sin embargo, con la llegada de Berlusconi al poder, se dio  carpetazo al asunto y las aguas (corruptas) volvieron a sus cauces habituales. Aquí la acción de la justicia ―casi siempre lenta y asimétrica, que pide más castigo para un piquete que para la muerte de cinco jóvenes― empieza a poner cerco a las actuaciones de políticos como Jordi Pujol o Rodrigo Rato que hasta hace unas pocas fechas eran la personificación de la más pura esencia del espíritu del catalanismo o de la eficacia en la gestión económica. A la espera de la confirmación judicial―cuando llegue― se han revelado como auténticos saqueadores. Va creciendo el número de miembros de los dos principales partidos políticos (PP y PSOE) que tienen cita en sede judicial y hasta alguno ya está «hospedado» en centro penitenciario, para escándalo de una ciudadanía que no da crédito a la desfachatez de una clase dirigente que muestra en público sus vergüenzas, aunque más parece un ajuste de cuentas que un acto de arrepentimiento. Ante la esquilmación practicada con el sentimiento de ser un derecho merecido, cabe preguntarse por el nombre de la loción de cemento facial con la que estos individuos se tonificaban el rostro cada mañana.

Uno tras otro, los escándalos son presentados al ciudadano más como un espectáculo enfocado al «más difícil todavía» que como una explicación argumentada que ponga al descubierto las verdaderas causas de lo denunciado. Se satisface así la sed de novedad del ciudadano-espectador al tiempo que se profundiza en la usurpación planificada de todo lo público que puede ser susceptible de explotación y negocio. Mientras presenciamos entre sorprendidos e indignados cuantos responsables políticos, sindicales y empresarios han dilapidado a la pata la llana 15 millones de euros, se olvida la dimensión del rescate bancario, la salvación de las autopistas a cargo del erario público ―construidas por razones tan alejadas de la necesidad como la especulación o el autobombo político―, se prosigue con un déficit tarifario de electricidad y gas que ni se explica ni se justifica adecuadamente y que pesa sobre los consumidores. Todo esto sin olvidar unos Presupuestos Generales del Estado para el próximo año donde la Sanidad, la Educación o las prestaciones por desempleo no son las partidas mejor tratadas. A esto hay que añadir la promesa de la bajada de impuestos: se anuncia una reducción del IRPF, dado que nos encaminamos a varias citas electorales, pero la realidad es que la presión impositiva crece un 0,5%, según la comunicación enviada por el Gobierno a Bruselas. Eso sí, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro (despreciativo y condescendiente con la oposición) ha asegurado que no hay recortes y que se creará empleo―que Dios o el diablo le dé la razón―.

  1. Marx, en el Capítulo VII de su obra «El 18 de Brumario de Luis Bonaparte», señalaba que «Francia ha pasado ya con frecuencia por un gobierno de favoritas, pero nunca todavía por un gobierno de chulos«. Parafraseando al autor de «El Capital», podríamos decir que en España el poder lo han detentado en muchas ocasiones golpistas, pero ahora está en manos de chorizos.