CASO NOÓS: EL OTRO DESASTRE DE ANUAL

Se ha dicho hasta la saciedad del tópico que la historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa. Con el llamado «Caso Noós» parece que nos encontramos en una situación parecida: un auténtico desastre para la monarquía, como lo fue en julio de 1921 las operaciones militares alentadas por el Rey Alfonso XIII y que terminaron en el Desastre de Anual, donde perdieron la vida unos 20.000 soldados españoles. Y todo para satisfacer las ambiciones de potencia de cartón-piedra de un monarca y las ambiciones profesionales de sus generales «africanistas».

El juez Castro, al igual que en su momento el general Juan Picasso González (Expediente Picasso) quiere llegar hasta el fondo de las responsabilidades. En la identificación de culpabilidades por la acaecido en Anual, el golpe de estado de Primo de Rivera, impidió que se llegara hasta el Rey, aunque en 1931 fue procesado in absentia. En esta ocasión, el magistrado ha realizado sus diligencias sin tener en cuenta, ni poco ni mucho, la alcurnia de los personajes: Iñaki Urdangarín, deportista afamado y yerno del Rey, amén de duque de Palma, denunciado por un socio descontento con los repartos, está imputado de graves delitos y, tras una espera que parecía alargarse demasiado, ha arrastrado hasta los juzgados a su mujer, la infanta Cristina, porque «prestó su consentimiento a que el parentesco con el Rey fuera utilizado». A mayor abundamiento, en algunos de los documentos presentados ante el juez Castro, se deja entrever que D. Juan Carlos y sus asesores no eran del todo ignorantes de los manejos presuntamente ilícitos del duque de Palma.

Una trayectoria iniciada de mala forma (bajo la tutela y designios del dictador Franco) fue enmendada para circular por la vía correcta: la Transición que llevó a España a recuperar la Democracia, hasta llegar al punto de inflexión del 23-F, donde el consejo de sus asesores más leales, el ejemplo de la ocurrido a su cuñado Constantino en Grecia y la apuesta personal, agigantaron la figura del Rey. Sin embargo, como si de algo genético se tratara, el actual Jefe del Estado ha recobrado el peor estilo de los Borbones: muchas cacerías (con elefantes incluidos) y un exceso de amistades femeninas. Para colmo, en una época de extrema dureza económica, las cuentas de la Casa Real no ofrecen la claridad y justificación necesaria. Y encima, hay que añadir una herencia millonaria procedente de D. Juan de Borbón ―enfrentado cordialmente a Franco y a su propio hijo por el trono de España― al que se le adjudicaba una vida relativamente austera, aunque la practicaba en yate o en su villa de Estoril.

Al deterioro más que evidente se puede unir la ignominia de la condena a una hija del Rey en uno de los momentos más graves que vive la sociedad española, que no encuentra ninguna vía de salida a la crisis que la cerca, con un gobierno perdido, incapaz de tomar una medida que no sea contraproducente, y con el principal partido de la oposición en estado cataléptico. No hace mucho empezaron a oírse voces pidiendo la abdicación para dar paso al Príncipe heredero. Tan solo cabe esperar, en este camino hacia el desastre, que a la campaña que airea las muchas torpezas cometidas por la Casa Real y su cabeza visible se unan las voces que griten, como Ortega y Gasset en 1930, Delenda est Monarchia. Pero no será con la intención de instaurar una democracia mejor, sino un sistema más autoritario.