Camille pisarro decidió ser un artista íntegro, aunque fuese olvidado
El danés (nunca renunció a esa nacionalidad) Camille Pisarro (1830-1903), que vivió en Francia casi toda su vida, nacido en una familia acomodada y pudiente, hoy es un artista –que para serlo renunció a casi todo- un tanto olvidado, siendo como fue uno de los artífices del movimiento impresionista, cuyo fermento innovatorio llega hasta ahora mismo.
La sintonía de la que partía, a finales del siglo XIX, guardaba un paralelismo con la influencia del anarquismo, que era muy superior a la del marxismo, entre ese ambiente artístico, siendo Pisarro, entre la mayoría de esos creadores, uno de sus más grandes abanderados, quizá, porque como comentó su hijo Lucien, también pintor, su padre, de origen judío, hacía mucho énfasis en la autonomía individual de todos los autores, dado que éstos no deben quedar subordinados a una estética dictada por colectividad alguna.
Si bien su obra se movió entre el impresionismo y el neoimpresionismo, el paisajismo y la observación urbana –fue amigo y colega de Seurat, Signac y Luce, también anarquistas-, sus inclinaciones de corte radical –si les damos el calificativo al uso- no dejaban de tener un carácter fuertemente social cuando en sus cuadros abordaba temáticas figurativas.
Incluso llegó a confesarle a su amigo Octave Mirbeau que “había leído el libro de Kropotkin –probablemente “La Conquista del Pan”-. Debe admitirse que, aunque utópico, se trata de un hermoso sueño (por eso su pintura va adquiriendo con los años más luz, más esperanza). Y como a menudo hemos tenido el ejemplo de utopías (¿era tan ingenuo?) que se transforman en realidades, nada nos impide creer que eso será posible algún día, a menos que el hombre sea sometido a un barbarismo completo”.
No obstante, su exceso de idealismo y candor, supo aunar sus horizontes plásticos con un sentido vital de la justicia y convivencia ética e igualitaria, pues, como él mismo afirmó, “los impresionistas se sitúan dentro de la verdad y su arte, basado en sensaciones, es honesto”.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)
Si bien su obra se movió entre el impresionismo y el neoimpresionismo, el paisajismo y la observación urbana –fue amigo y colega de Seurat, Signac y Luce, también anarquistas-, sus inclinaciones de corte radical –si les damos el calificativo al uso- no dejaban de tener un carácter fuertemente social cuando en sus cuadros abordaba temáticas figurativas.
Incluso llegó a confesarle a su amigo Octave Mirbeau que “había leído el libro de Kropotkin –probablemente “La Conquista del Pan”-. Debe admitirse que, aunque utópico, se trata de un hermoso sueño (por eso su pintura va adquiriendo con los años más luz, más esperanza). Y como a menudo hemos tenido el ejemplo de utopías (¿era tan ingenuo?) que se transforman en realidades, nada nos impide creer que eso será posible algún día, a menos que el hombre sea sometido a un barbarismo completo”.
No obstante, su exceso de idealismo y candor, supo aunar sus horizontes plásticos con un sentido vital de la justicia y convivencia ética e igualitaria, pues, como él mismo afirmó, “los impresionistas se sitúan dentro de la verdad y su arte, basado en sensaciones, es honesto”.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)