CAMBIO DE PARADIGMA
Asistimos entre atónitos y horrorizados a la carrera emprendida por la economía mundial que, conducida por un auriga ciego, marcha por el borde de un precipicio que puede engullirla en cualquier momento. Se buscan explicaciones a este sinsentido y agotadas las respuestas locales -Zapatero, en el caso de España- se otean horizontes más amplios: subprime estadounidense y la canciller alemana. Las hipotecas-basura norteamericanas parecen bajo control y Ángela Merkel no es la severa directora del kindergarten europeo, sino una dirigente que, además de la disciplina presupuestaria, quiere recuperar, caiga quien caiga, el dinero prestado por los bancos alemanes a los griegos, portugueses, irlandeses, españoles y demás «irresponsables».
Todavía no se ha terminado de entender la crisis económica de 1929 y para explicar la presente harán falta sesudos estudios y tiempo. Pero hay un dato que se nos presenta evidente e inserto en la raíz del problema: se ha producido un cambio de paradigma y del capitalismo industrial y emprendedor, con la justificación ética de la generación de riqueza para una gran masa de población, se ha pasado al capitalismo financiero, desatado por la codicia y la voluntad de poder que solo beneficia a unas élites muy restringidas.
En 1920, poco antes de morir, Max Weber revisaba su ensayo «La ética protestante y el espíritu del capitalismo». Para este sociólogo, economista e historiador el protestantismo, y de forma especial el calvinismo, había potenciado el desarrollo del capitalismo: frente a la idea católica del trabajo como una maldición divina, a evitar en cuanto nos fuera posible, los seguidores de Lutero y Calvino propusieron una idea del trabajo muy distinta: el amor a las cosas bien hechas, la vocación profesional y la acumulación de riqueza para mayor gloria de Dios, no para provecho propio. Como suele ocurrir, todo evoluciona hacia peor y de la «mayor gloria de Dios» se pasó a la acumulación por pura codicia y poder.
El ascenso de las doctrinas socialistas propició la respuesta del sistema capitalista, al menos en Europa Occidental, con el llamado «capitalismo renano»: la economía social de mercado, frente al neoliberalismo norteamericano, partidario de una estructura del Estado mínima y una permisividad máxima. El estallido del mal llamado sistema comunista (capitalismo de Estado regido por una élite burocrática), dejó sin freno al neoliberalismo que optó por la vía más fácil: la especulación sin trabas, convirtiendo la economía mundial en un casino donde las apuestas no paran y cada vez son más arriesgadas. Sin embargo, este juego tiene un aspecto novedoso: las apuestas las realizan unos pocos, pero las pérdidas las pagamos todos. Tan es así que de este nuevo holocausto, con millones de personas que han perdido su trabajo y no lo van a recuperar nunca, nadie va a responder ante ningún tribunal.