BOMBARDEAR BARCELONA

La campaña de las elecciones catalanas ha estado prologada por numerosas manifestaciones poco afortunada, pero ha destacado sobre todas la de cuatro eurodiputados pidiendo la protección de la UE, ante la previsible intervención militar del ejército español en Cataluña, para aplastar la voluntad independentista del pueblo catalán. Esta declaración está en línea con lo que recuerda Manuel Azaña en sus memorias (Causas de la guerra de España. La insurrección libertaria): «Una persona de mi conocimiento afirma, como una ley de la historia de España, la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. Esta boutade denota todo un programa político. De hecho, Barcelona ha sufrido más veces que ninguna otra capital española el rigor de las armas».

La realidad nos muestra que después de tres siglos la actuación del Estado español (con bastantes actos de violencia) ha sido incapaz de conseguir los objetivos de los Decretos de Nueva Planta: la asimilación de Cataluña. Una relación siempre difícil e inestable va a ser sometida a prueba en la próxima convocatoria electoral, que debería plantearse en términos más pegados al terreno, como es la situación socioeconómica. Subido a la ola del independentismo de la pasada Diada, Artur Mas se ha propuesto pilotar un proceso histórico irreversible, para conseguir lo que ha sido negado tanto tiempo a Cataluña: la independencia y el reconocimiento de su presencia como agente activo y responsable de su destino en el mundo. Se trata, también, de completar el rescate de un pasado glorioso como «pueblo», iniciado con la recuperación de la Generalitat. Son muchas las voces que se han alzado contra semejantes intenciones, tachándolas de irrealizables, pero la racionalidad, sobre todo en este tipo de empresas, viene marcada por el éxito o el fracaso.

Los medios para conseguir el fin último de la independencia no serán violentos, pero sí conflictivos: desobediencia a todo tipo de tribunales, incluido el Constitucional. Con estos planteamientos nos situaríamos ante la afirmación de que «no hay ley ante la causa justa» que defendía la burguesía de los diferentes estados alemanes, partidaria de la unificación tras la desaparición del dominio napoleónico, para que Alemania pudiera desenvolver «la abundante riqueza de su nacionalidad», propiciando la aparición de un nuevo Estado, empujado por la fuerza del Volk (el Pueblo) como unidad natural que, después de tantas luchas, ha encontrado su camino.

La respuesta al independentismo catalán la resume el gobierno español y el partido que lo sustenta en la inviabilidad del proyecto: no es jurídicamente posible dentro del marco legal español. Y, además, supondría la salida de Cataluña de la zona UE. A estos argumentos de peso se añade el descalabro económico para la sociedad catalana y el veto de lo que quedara de España a la reincorporación de Cataluña a las instituciones comunitarias podría verse incrementado por el de otros países que soportan también movimientos separatistas (Italia, Bélgica, UK). La argumentación independentista sostiene que la economía catalana marchará mejor fuera de España y que la permanencia en la UE va de suyo y, por lo tanto, no está en peligro.

La otra alternativa la plantean el PSOE y su equivalente en Cataluña, el PSC. Se trata de la opción federal. Aquí nos encontramos con el problema de M. Jourdain (El burgués gentilhombre, de Moliere): quiere escribir una nota a la dama de sus amores y pide consejo a su profesor de filosofía que le ofrece la opción de la prosa o la poesía. Jourdain pretende ser original y rechaza las dos opciones, hasta descubrir que solo puede optar a una u otra, y que durante cuarenta años ha estado hablando en prosa sin saberlo. En España, desde la instauración del Estado de las autonomías, tenemos un sistema poético (federal). Y como la composición poética admite variantes, cada autonomía ha pretendido hacer las estrofas a su mejor acomodo: Euskadi y Navarra optaron por el verso libre, basándose en unos opinables «derechos históricos»; el resto se limita ‒vistos los resultados‒ a componer estrofas de pié quebrado. Está claro que una buena parte de la sociedad catalana, ante la crisis que a todos nos afecta, prefiere recuperar la prosa propia de Tirant lo blanc. Veremos en que acaba este propósito.