BANKIA: 15 DE LOS 22.000

Todavía no repuestos de la polvareda levantada por la filtración periodística que nos ponía al descubierto el sueldo o canonjía (casi cien mil euros al año) que iba a disfrutar el «abortado» ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, por incorporarse a un silente Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid, otra interesada e interesante filtración nos ha puesto al descubierto los manejos de directivos y altos cargos de Caja Madrid y el uso que se ha realizado con las «visas negras»: nada menos que 15 millones de euros que el expresidente de la entidad y diversos cargos (provenientes de partidos políticos, organizaciones empresariales y sindicatos) han tenido a bien gastar de la más variada forma. En esta orgía de despilfarro de dinero público se han comprado trajes, se ha comido a mesa y mantel y hasta, al parecer, se han utilizado helicópteros para desplazarse a eventos que nada tenían que ver  con los gastos de representación que se podían imputar en las mencionadas tarjetas (volar de Madrid a Valencia para comer una paella).

Este cruce de puñaladas en forma de filtraciones a los medios de comunicación no debe confundirnos. Además de formar parte de un ajuste de cuentas, es también una cortina de humo que trata de impedir que veamos la verdadera dimensión del problema. Los 15 millones de euros gastados por unos directivos que se han pasado tres pueblos despilfarrando el dinero público, con ser mucho dinero, es una parte muy pequeña comparada con la dimensión del agujero de Bankia: nada menos que veintidós mil millones que la ciudadanía ―que no el Gobierno― ha tenido que depositar para apuntar los muros de una entidad que durante muchos años fue modelo de gestión y que fue lanzada a la vorágine de la especulación inmobiliaria por unos directivos designados más para una gestión favorecedora de iniciativas políticas desastrosas, antes que para proseguir con la práctica tradicional.

Bankia es el paradigma de la orientación económica, puesta en marcha por el PP, que desembocó en la burbuja inmobiliaria, y que el gobierno del PSOE ni supo ni quiso parar. Cono dice el tan manoseado refrán: de aquellos barros, vinieron estos lodos, con un edificio económico al que se le han cuarteado todos los muros, provocando un derrumbe con millones de víctimas. Según el primer principio de la termodinámica, «La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma». En el caso concreto de Bankia quieren hacernos creer que el dinero se ha destruido. Sin embargo, las millonarias pérdidas no se han ido, en  su mayoría, por las alcantarillas; buena parte del dinero se ha esfumado con compras muy por encima de su valor, obras tan mastodónticas como innecesarias o «mordidas» que se encuentran a buen recaudo en paraísos fiscales.

Todo apunta a que son muchos todavía los ajustes de cuentas que nos quedan por  conocer por medio de nuevas filtraciones a medios de comunicación. Pero ese «espectáculo» no debe impedirnos preguntarnos por las razones que han obstaculizado, hasta ahora, una investigación política seria―en sede parlamentaria― y una indagación judicial para depurar responsabilidades, incluida la verdadera dimensión del dinero público que se ha malversado y que se ha tenido que reponer a costa de recortes en Educación, Sanidad, Dependencia o protección al desempleo; y mientras se ha ensanchado de forma escandalosa la brecha social, con datos (de CÁRITAS) que deberían avergonzar a todo responsable político de una sociedad democrática. Parafraseando a Cicerón, cuando en noviembre del 63 a.C se dirigía al Senado de Roma para denunciar el intento de golpe de estado de Catalina, la ciudadanía también puede preguntarse con respecto a la clase dirigente: ¿Hasta cuándo abusareis de nuestra paciencia?