BACHAR EL ASAD: EL NUEVO SADAM HUSSEIN Por Teófilo Ruiz

Occidente, y de forma especial Estados Unidos, ya ha encontrado a otro Sadam Husein para descargar su justiciera ira en el presidente Bachar el Asad, heredero de una dinastía que ha gobernado Siria con mano de hierro y no ha tenido el menor reparo en emplear una violencia brutal para mantenerse en el poder, incluido el más que probable uso de armamento químico.

La posesión de armas de destrucción masiva fue el argumento (falso) empleado por USA y sus aliados para acabar con Sadam Hussein cuando el dirigente iraquí pretendió cobrarse el favor por haber desencadenado una guerra contra el Irán de Jomeini (1980-88), al tratar de anexionarse Kuwait. El resultado no ha podido ser más catastrófico: tras la caída y ajusticiamiento del dictador, Irak, uno de los mayores productores de petróleo del mundo, sigue sumido en un enfrentamiento que se traduce en una interminable cadena de atentados que se han convertido en sangrienta rutina diaria.

Siria no tiene el potencial energético de la antigua Mesopotamia, pero sí un innegable valor estratégico en una zona del mundo (la Tierra Prometida) que ha sido escenario permanente de enfrentamientos que van desde la presencia de Roma, la expansión del Islam, las cruzadas, el imperio Otomano, la descolonización y la creación del Estado de Israel. Pero con ser rechazable sin paliativos la actuación de El Asad y su ejército, que Estados Unidos señale el empleo de armas químicas como «una obscenidad moral» (J.Kerry, Secretario de Estado) a pesar de su justeza no deja de ser irónico: Norteamérica ha sido, hasta ahora, la única potencia que ha hecho uso de sus armas nucleares (contra Japón, en 1945) y no se recató lo más mínimo en el empleo de armamento químico en la guerra de Vietnam, con especial énfasis en el uso del Agente Naranja para acabar, entre otras cosas, con la masa forestal que actuaba como protector de las guerrillas del Vietcong. A pesar de todo un abrumador despliegue militar, el resultado fue un fracaso todavía no superado.

El derrocamiento de Sadam Hussein rompió el difícil equilibrio de un país en el que chiitas, suníes y kurdos se soportaban y provocó miles de muertes y refugiados, derivando en un nuevo Estado fallido. La eliminación de Bachar el Asad plantea interrogantes difíciles de responder. La oposición siria es un conglomerado de fuerzas dispares y hasta antagónicas que pueden hacer de Siria un país tan ingobernable y fallido como Irak, contribuyendo a la inestabilidad de una región que solo necesita una chispa para que se produzca el incendio.

Irak, Afganistán, Libia… y ahora Siria son las dramáticas pruebas de que en Occidente sigue sin entenderse el resurgimiento del islamismo, que va desde Oriente Próximo hasta China. Fenecido el enemigo soviético, presentar al Islam como un todo radicalizado es una  estrategia muy rentable para los defensores de los intereses económicos y estratégicos de las potencias occidentales. Ya a la altura de 1993, Samuel Huntington alcanzó renombre mundial al pronosticar que para el Siglo XXI «el choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro» (S.Huntington. Foreing Affairs. 1993). Pero el mundo islámico no es ese conglomerado de resentidos sedientos de venganza que muchas veces se nos presenta por diversos medios. Lo mismo que en el cristianismo, hay diversos grupos de tendencias muy distintas. Y por contradictorio que parezca, buena parte de los integrantes de la organización terrorista Al Qaeda no son torpes mentecatos fanatizados, sino individuos con una gran preparación intelectual que utilizan internet y las redes sociales con gran habilidad.

Tras el «desastre» de 1967 (la Guerra de los Seis Días) el mundo árabe en particular y el islámico en general, buscó las respuestas en el Corán, rechazando al mismo tiempo el capitalismo occidental y el socialismo soviético como ineficaces para solucionar la pobreza de la inmensa mayoría de la población ante la impúdica riqueza de una minoría. El triunfo de Jomeini en Irán supuso para chiitas y suníes la derrota de la impiedad y la opresión, a pesar del gran apoyo desplegado por Estados Unidos a favor del Sha. La defensa a ultranza de los intereses energéticos y estratégicos de Occidente ha mantenido el enfrentamiento con un islamismo vuelto hacia sus raíces y propiciado el radicalismo terrorista. Como la Biblia, el Corán también se presta a diversas interpretaciones y no hay porqué descartar versiones conciliadoras. Lo que está claro es que la confrontación empujará todavía más a favor de los que propugnan el Islam como algo unívoco en que se funden la religión y el Estado, la política y la economía, la educación y la moral, el culto religioso, con el estrambote final de la guerra santa.