Aznar en la recámara
Los descontentos utilizan como contraseña la identidad de un personaje retornado a la política activa: Sarkozy. ¿Sigue en su despacho María Dolores?, pregunta uno de ellos a su compadre más próximo. “Ahí continúa”, responde el interpelado. “Nos vemos… Sarkozy”. “Adiós amigo… Sarkozy”. Y así circulan por los pasillos de Génova, intercambiándose críticas al Jefe y consignas en clave. El desastre electoral del Partido Popular ha conmovido a muchos de sus dirigentes. Descartado Mariano Rajoy y su cortejo de derrotados, los más inquietos, que son muchos ya, se interrogan angustiados: ¿Quién de nosotros podrá reanimar al enfermo? Sarkozy. Los disconformes piensan que ha llegado la hora de hacer política con mayúsculas, que ya no basta con ondear la bandera de la presunta recuperación económica, que se debe combatir cuerpo a cuerpo y que se puede recuperar gran parte de lo perdido. Sarkozy, repiten con insistencia los más abrumados. “Aún es posible, pongámonos a trabajar y reagrupemos a esa mayoría natural de buenos españoles que nos confió la gobernabilidad de España”, se animan los unos a los otros. Nuestro Sarkozy se llama José María Aznar.
Es posible que me columpie, pero no me extrañaría nada que ese murmullo clandestino se transformara muy pronto en un clamor estrepitoso. Todos los populares saben que, vuelto Sarkozy a la pasarela pública, el centro derecha francés ganó las elecciones regionales al socialismo gobernante y paró el ascenso sostenido de los ultras de Le Pen. Saben también que Ángela Merkel torció los pronósticos previos y rozó la mayoría absoluta en Alemania. Es más, los despavoridos subalternos de Rajoy guardan las portadas de los diarios británicos que recientemente contaron la sorprendente victoria de Cameron. El Primer Ministro conservador había superado las encuestas que le auguraban una derrota histórica. Sus antecedentes no eran buenos: Cameron había atajado brutalmente la crisis, puesto en peligro la unidad nacional y cargaba con el pesado fardo de los recortes impuestos a su pueblo, pero ganó abrumadoramente los comicios generales en el Reino Unido.
Algunas comparaciones son odiosas, pero otras, las más consecuentes y perfiladas, provocan la desazón en aquellos que se atreven a proclamarlas. Rodeado de tanta mediocridad, malaconsejado por sus analistas, Rajoy parece incapaz de hilvanar el discurso que su parroquia tradicional quiere escuchar. Así las cosas, el verbo Sarkozy podría hacerse carne en la figura de Aznar. ¿Qué pensará de todo esto el fundador del Partido Popular? Recordemos lo que dijo hace algunos meses: “cumpliré con mi responsabilidad, con mi conciencia, con mi partido y con mi país”. Leída la cita, constatado el inmovilismo genético de Rajoy y su incapacidad para remontar la pendiente, mucho de los suyos se consuelan pensando que José María Aznar sigue en la recámara.