¿Auto de fe?
Aunque mi posición crítica se puede considerar como una cataplasma machacando el mercado del arte, en una exclusión voluntaria pero no dogmática ni incursa en axiomas incontrovertibles – ¡Dios me libre! -, el panorama es francamente proceloso, no ya meramente incierto.
El éxito y el no éxito son extremos, los ganadores –pocos- se quedan con todo, la competencia, aunque se diga que parece pacífica y plural, es feroz, el artista se ha convertido en un prototipo empresarial con aureolas míticas y excepcionales, los críticos reducidos a una condición subsidiaria o casi desaparecida, etc.
Y así llegamos a las Ferias, de las que son grandes afortunados los Vips y los superVIPs que bajan de sus jets, limusinas o yates, que entran antes que nadie en ellas y que exigen ir solamente ellos sin artistas, críticos, intelectuales o cualquier otra chusma que les moleste.
Luego, en lo tocante a las adquisiciones son tan originales que no pueden hacerse con la obra de un artista sin que lo haga otro. A pesar de ello no se odian, sino que se blindan. Son los dueños exclusivos de ese mundo y, como tales protagonistas, tan visionarios como los creadores.
No cabe duda de que con ello pongo de manifestó mi falacia –la imbecilidad no tiene precio por ser propia-, pues cuando se trata de criticar las condiciones del mercado, tiendo a juzgarme a mí mismo exento de ellas. No se preocupen, hago propósito de enmienda sin que se entere nadie.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)