ASSANGE-GARZÓN: UNA ESTRAÑA PAREJA. Teófilo Ruiz

Por si éramos pocos, parió la abuela, se lamenta un viejo refrán castellano. Y si el asunto de  las filtraciones deWikileaks y su fundador, Julian Assange, no estuviera suficientemente complicado, aparece el ex juez Baltasar Garzón en escena. La revelación de documentos de todo tipo por Assange y su web comprometiendo a la administración estadounidense, con amplia cobertura entre los principales medios de comunicación, ha estado salpicada por actos que se han movido entre lo patético y lo grotesco: desde el arresto-secuestro del soldado suministrador de información a Assange, hasta la petición de asilo político por parte de éste en la representación diplomática de Ecuador en Londres.

El gobierno del presidente Correa, que se las ha tenido tiesas con varios medios de comunicación opositores, se ha erigido en adalid de la libertad de expresión, con el inmediato apoyo del histriónico Hugo Chávez. En cualquier caso, las amenazas del gobierno británico, incluida la invasión de la embajada ecuatoriana, son propias de una concepción imperial y no de un estado respetuoso con el derecho internacional. Suecia reclama la entrega del fundador de Wikileaks para juzgarlo por delitos sexuales, aunque no son pocos los indicios que apuntan hacia un montaje-trampa en el que cayó el protagonista de este enredo, creyéndose el papel de Don Juan superdotado.  Por otra parte, todo señala a que Estados Unidos pretende sentar en el banquillo de los acusados a Assange, con la complicidad de la justicia sueca, que le entregaría al divulgador de no pocas de sus fechorías, y podría, incluso, condenarlo a la pena capital.

Y en este asunto, en el que hay que poner más de un grano de sal a todas aquellas porciones del guiso que se ha montando y que nos quieren hacer tragar por las buenas, ha aterrizado Baltasar Garzón, necesitado siempre de la atención mediática, como algo imprescindible para seguir respirando. Garzón ya tuvo su debut planetario precisamente en disputa con la justicia británica, al ordenar el arresto del dictador chileno Augusto Pinochet, cuando en octubre de 1998 se encontraba hospitalizado en una clínica de la capital inglesa. Invocando el principio de justicia universal y con el asesinato del diplomático español Carmelo Soria como principal acusación, Garzón estuvo a punto de lograr su propósito, pero la judicatura de Reino Unido, tras casi dos años de tiras y aflojas, puso el asunto en manos del gobierno que decidió entregar a Chile su dictador y evitar así que fuera procesado por la justicia española.

Ahora, curiosamente, Garzón se encuentra del otro lado de la mesa: defiende a un individuo acusado de presuntos delitos sexuales y, sobre todo, de haber lanzado a los cuatro vientos los trapos sucios de la gran potencia norteamericana. Perdió la batalla contra los gigantes que quieren mantener atada y bien atada la actuación del régimen franquista y le costó, además, su expulsión de la carrera judicial. En este momento sus oponentes no son de menor tamaño y determinación. Sin embargo, parece clara su apuesta por seguir encabezando la defensa de causas difíciles y casi perdidas. Sin que todavía podamos vislumbrar el desenlace de este asunto, hay que reconocer su apuesta por tratar de encontrar, en estos asuntos, una planta tan escasa como es la verdad.