Arrepentidos los quiere Dios. Fernando González

La conseja popular que ustedes acaban de leer cuadra perfectamente con las actividades públicas de Esperanza Aguirre. Parece arrepentida del prematuro retiro elegido y aprovecha cualquier oportunidad para pronunciarse políticamente. A pesar de las muchas obligaciones familiares y profesionales comprometidas, la señora Aguirre maneja el cronómetro vital con una pericia admirable. Muchos de sus compañeros de partido temen que su presidenta goce del don de la ubicuidad y pueda multiplicarse por ensalmo en varios personajes a la vez.

El presidente González, la alcaldesa Botella y la delegada Cifuentes se lo tienen dicho a sus colaboradores: apunten con cuidado todo lo que diga Esperanza y nos informan de inmediato, no vayan los periodistas a pillarnos fuera de juego nuevamente. Es posible, incluso, que utilicen algún código de emergencia que identifique cualquier declaración de la señora Aguirre. En cualquier caso, les guste o no, se traguen el anzuelo o disimulen silbando, es mucho el tiempo que dedican a replicar o a aplaudir las opiniones de la jefa. ¿No iba a cuidar de sus nietos? ¿No estaba asesorando a una empresa muy importante? “Ya sabéis como es ella” – contestan resignados los afectados por tanta incontinencia verbal -.

Cuando apretaban al Partido Popular con la correa del caso Gürtell, los desmanes financieros y contables de Bárcenas, las cajas de dinero presuntamente negro y los chanchullos justiciables de algunos dirigentes provinciales, Aguirre se paseaba entre los suyos con las cabezas cortadas de sus propios corruptos. “Así se hace las cosas”,  – les dijo -. Se les llama al despacho, se pone sobre la mesa las pruebas inculpatorias, se rechazan con firmeza las amenazas y los chantajes de los implicados, se les enseña la puerta de salida y se les expulsa del paraíso. De esta forma se limpia la casa. Apréndanlo bien, cortando por lo sano, sin cobardías ni titubeos, sentencio finalmente Aguirre.

Liberada de las ataduras institucionales que ligaban su futuro a las conveniencias de la calle Génova, el zascandil Aguirre no para quieta ni un solo día. Aquel verso suelto que la señora decía ser, se ha convertido ahora en una antología de poemas inéditos. A poco que se despisten, se persona en Londres y explica a los conservadores británicos en qué consiste el liberalismo castizo que aplicó en Madrid y no pudo exportar al resto de España. Lo hizo además en un perfecto inglés, facilidad expresiva que tiene mucho merito. Con tanto tiempo libre y tantos años por delante, Aguirre se cuela incluso por todos los agujeros políticos que Rajoy no es capaz de taponar.

Como su Presidente no aparece demasiado por Cataluña, ella se descuelga por allí y proclama el amor entrañable que todo lo catalán despierta en el resto del Estado. A continuación manifiesta que  se pueden levantar nuevos puentes constitucionales que unan las dos orillas del contencioso, como si ella no se hubiera personado en aquellas mesas petitorias que recogían firmas contra la reforma del Estatut. ¡Pelillos a la mar, cualquier solución es posible aplicándose en la tarea con la valentía y la intuición de doña Esperanza! Faltaría más. También es posible, según ella, rebajar los impuestos o dejar la gobernanza de todo lo público en manos de la iniciativa privada, sólo hay que cumplir lo prometido en el programa y colocarse por montera a toda la sociedad española. Rajoy debería  tomar nota.

Y así va por la vida nuestra intrépida jubilada, como aquellas chicas de oro, aburrida en la marginalidad del Retiro, repasando la cartilla y enmendando la plana a sus discípulos más activos, asomándose a la actualidad con la misma puntualidad que comparece el cuco en un reloj de pared. Cada mañana se abren las cortinillas del guiñol madrileño y aparecen nuestros gobernantes declamando sus logros más presentables. De vez en vez, cuando menos se lo esperan, asoma por una esquina el muñeco de Esperanza Aguirre. Camina silencioso con una regleta en la mano. El murmullo popular que acompaña cada uno de sus pasos,  se vuelve aclamación cuando golpea con la tablilla a sus compañeros de función. ¡Así no hay quien gobierne!, – grita uno de ellos -.

¿No estaba disfrutando de su familia? ¿No había recuperado la privacidad? Preguntas y más preguntas que se hacen los unos a los otros en la trasera del teatrillo de la Comunidad. Muy cerca de ellos, sonriendo, nuestra protagonista se justifica:”Arrepentidos los quiere Dios”.