Álvaro Delgado (1922-2016) nunca puede estar ausente

Álvaro Delgado buscaba intuitivamente la génesis y la encontró en la pintura. La halló a través de una investigación y exploración formales que mediante una magia alquímica le brindó un modo de concebir, una manera de operar y una definición a culminar.

Partía de la cultura y el acervo pictórico de su tiempo para, sin intimidaciones y meras influencias, organizar su propio cosmos, el cual procesaba en su interior a partir de sus íntimas exigencias vinculadas a una cosmovisión existencial, al desarrollo de su ser y a su contexto.

Su expresión era la lucha por ajustarse a las transformaciones y la dicción que le demandaban ese motivo u objeto que no deja de moverse, que le reta a mutarle y conferirle significación. Pero a él eso no le importaba porque es la plástica la que capta la esencia y la desarrolla en todo su apogeo y éxtasis. Lo verdaderamente importante que hay en su creación es ese intento de penetración, en el que la figura, el paisaje y la naturaleza muerta le sirven para infiltrarse y profundizar en la condición de la materia, el misterio del color, en la sinfonía espacial y en las texturas que eran el requisito del trabajo final.

En sus paisajes se perfilan grandes volúmenes con colores fríos y oscuros como una marca de identidad, bajo la directriz de una configuración que remueve reminiscencias cubistas que ha aparcado y hecho enmudecer al fondo, como también posteriormente las abstractas.  

Álvaro jamás se incluyó en otras propuestas que no fuesen las que él creaba, ordenaba y potenciaba desde el prisma de su saber visual y técnico.

Porque, entre otras cuestiones, su posición ontológica le llevaba a analizar sus planteamientos inspirado por un pathos con el que iluminar y realizar su manifestación visiva.

Sus retratos, considerados los más sobresalientes de su obra, constituyen episodios proféticos, retrospectivos, visionarios, en los que amparándose en el tiempo y el lugar se ha introducido en su interior y desde él y su contextura va delimitando, adivinando, exorcizando, deformando, desfigurando, distorsionando hasta hallar la auténtica dimensión del personaje. Todo el dibujo y la gama cromática, las texturas, las tonalidades marcan y sellan su aliento y halo corporal.

Por su parte, los cuerpos invocan la presencia de los ausentes para que sean los acompañantes de nuestra soledad individual y colectiva, y al mismo tiempo son una evidencia de capacidad física como efigies de leyenda; sus miradas, actitudes y las caras -cuyos rasgos son secuencias de signos- e inmensas manos -es como si quisieran transmitir, igual que Léger, que sin la mano nunca habría ocurrido todo lo que hace humano al ojo humano- confiesan  hasta su propio destino y delatan lo que están presagiando al final de su vida.

Por eso, entre otros, nos asombran e interpelan Haile Selassie, Pío Baroja, José Luis Aranguren, Leopoldo María Panero, Ramón Faraldo, el inquisidor Niño de Vergara o el judío colgado.

Por consiguiente, esta retrospectiva con motivo del centenario del pintor, actualmente visitable, realizada por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, acredita una figura única y singular, excepcional, lúcida y eterna del panorama español de la pintura del siglo XX.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)