Algunos artistas tocaron lo divino para así salvarse y ser inmortales. Ya me gustaría a mí hacer lo mismo

El que algunos artistas como Kandinsky, Mondrian, Pollock, Le Corbusier y otros, abrazaran la teosofía (“sabiduría de Dios”), no podía tener otro sentido, lógico en un hacedor, que esa supuesta conciencia cada vez mayor sobre las necesarias cualidades que paulatinamente van aumentando el núcleo espiritual interno. No es, por tanto, un conocimiento especulativo, sino un trabajo del todo personal de adentro hacia afuera.

¿Por qué, pues, esa inclinación teosófica en estos autores? Porque simplemente, como ellos mismos aducían conforme a sus expresiones, hacían gala de una conexión entre diferentes planos, ya sea cósmico o anímico, astral o material, o los que además se sitúan entre el pasado, presente y futuro. Y alegaron que en la naturaleza esencial de su obra se forma una realidad que se construye de acuerdo a distintos estratos, correlacionados entre sí como la sombra respecto de la cosa o persona que la hace.

En cierto modo, el “modus operandi” de estos creadores tiene constataciones similares al sostener la creencia de que su acción plástica, de origen remotamente oriental tal cual la doctrina que les da amparo, potencia el significado oculto, incluso místico, de un espíritu en libertad permanente que se encuentra abocado al designio de hacer visible la verdad y la sabiduría, sin la necesidad y presencia molesta de un conjunto de contradicciones basadas en la existencia de un Dios lógicamente imposible.  

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)