ALEA IACTA EST Por Teófilo Ruiz
«La suerte está echada». Es la frase que ha pasado a la Historia y que Seutonio atribuye a Julio Cesar cuando el 11 de enero del 49 a. C. atravesó el rio Rubión para iniciar la guerra civil que le conduciría al poder. También la suerte está echada para los partidos políticos españoles por la decisión de unos electores que parecen pedir otra forma de hacer política; pasar del monopolio de un mal llamado bipartidismo a gobiernos de coalición o de apoyo parlamentario pactado para una renovación profunda de modos y maneras.
El propósito no parece sencillo de alcanzar: falta cultura de pacto en la clase política y en la sociedad en general y nada más conocerse los resultados definitivos todos han marcado sus líneas infranqueables o sus posiciones irreductibles, planteamientos alejados de la necesarias flexibilidad para alcanzar acuerdos que hagan innecesaria una nueva cita con las urnas, posibilidad que en estos momentos es la menos deseada, pero la que tiene más opciones.
Es moneda de uso frecuente que todas las formaciones que concurren a las urnas, salvo catástrofe irrefutable (IU, Unió o UPYD), se proclamen ganadoras, retorciendo la realidad o utilizando los datos con su mejor perfil. Sin embargo, si nos centramos en las perspectivas, todos han perdido: PP se ha dejado en el camino la mayoría absoluta y ha sufrido una sangría de votos que le sitúa a merced del «sentido de Estado» de otras formaciones; su excusa es que se trata del partido más votado y el que debe pilotar la formación del nuevo gobierno. PSOE prosigue su descenso hacia la irrelevancia, conducido por dirigentes de escaso peso político, y su ancestral impulso autodestructivo y de enfrentamiento interno; el consuelo se concreta en que han resistido a los malos augurios de las encuestas y a una persecución implacable, cual ñu del Serengueti acosado por leones, hienas y guepardos, por medios de comunicación y resto de fuerzas políticas. PODEMOS se ha presentado como la triunfadora de la noche y no le falta razón, teniendo en cuenta el resultado obtenido. Pero repitieron hasta la saciedad que su objetivo era la Moncloa; habían anticipado a su ministro de Defensa y el líder se sentó en el escaño del presidente del Gobierno para que quedaran claras sus intenciones. Dejando a un lado que Pablo Iglesias, en la precampaña, señaló que de no ganar se marcharía a casa, ya ha trazado las «líneas rojas» (referéndum de autodeterminación para Cataluña) que mantendrá a rajatabla. Por su parte, Ciudadanos terminó creyéndose las encuestas que le situaban en algunos momentos como ganador y ha despertado a la cruda realidad, lo que le predispone a facilitar un gobierno del Partido Popular para alcanzar la gobernabilidad y evitar la repetición de las elecciones. En rigor, razones suficientes, para que todos los líderes hubieran presentado su dimisión o puesto el cargo a disposición de sus respectivos partidos.
España, detentadora de registros tan lamentables como guerras civiles y constituciones efímeras, asombró al mundo tras la muerte del general Franco con la llamada Transición: políticos de ideologías tan opuestas como Santiago Carrillo, Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda o Manuel Fraga, entre otros, amortiguaron sus abismales diferencias y acordaron una salida para diseñar una convivencia en paz y evitar así repetir nefastos episodios del pasado. Las elecciones del 20-D han vuelto a colocar a la sociedad española ante una decisión crítica que supone una forma absolutamente distinta de gestionar la cosa pública. Alea iacta est. La suerte está echada y son muchos y graves los problemas a resolver, desde el separatismo catalán a unas insoportable cifras del paro. Se habla del fin del bipartidismo, de la irrupción de las nuevas formas de hacer política, del decisivo papel de las redes sociales. No obstante, no estamos ante un juego de rol, como algunos podrían pensar y los cambios y promesas no pueden realizarse a capricho, sino midiendo muy bien los apoyos y las posibilidades. La incógnita es averiguar si los dirigentes políticos están a la altura que exigen los problemas actuales, como hicieron los de la agotada Transición.