AL PANZERPAPA SE LE ACABÓ LA GASOLINA
La renuncia de Joseph Ratzinger a seguir desempeñando su cargo como Benedicto XVI ha sorprendido a propios y a extraños, dado que desde hace unos 600 años no se producía la dimisión de un Papa. Las razones aducidas para una decisión tan poco usual se basan en la mala salud para desempeñar de forma correcta el cargo.
En los asuntos del Vaticano y su Curía el hermetismo corre parejo con el denominado «secreto de confesión» ─las cosas se conocen cuando interesa que se sepan─ y se puede incurrir en el error al avanzar posibilidades. Sin embargo, no parece necesario disponer de la apostólica ciencia infusa para colegir que Ratzinger ha arrojado la toalla ante la presión del último escándalo en el que se ha visto envuelto por la filtración de documentos personales realizada por personas de su inmerecida confianza. Ha sido la gota que ha colmado el cáliz que ha estado bebiendo Benedicto XVI desde que llegó a la silla de Pedro, con una Curia envuelta en numerosos casos de corrupción y connivencia política y no pocos responsables eclesiásticos ocultando y protegiendo miles de actos de abusos sexuales practicados durante años por sacerdotes católicos. El caso más llamativo fue el del fundador de los Legionarios de Cristo, Maciel Degollado, protegido de Juan Pablo II y con una doble vida de disipación y desenfrenos sexuales nada acorde con un supuesto «elegido» de Dios.
Ratzinger cierra su pontificado de casi ocho años con un balance negativo. Intelectual de talante conservador, muy alejado del exhibicionismo de su predecesor, ha cedido a las presiones de los que, siguiendo la estela de Juan Pablo II, han vaciado de todo contenido el compromiso humanitario concretado en el Concilio Vaticano II. El Papa Juan XXIII, a pesar de su avanzada edad, se propuso poner a la Iglesia renovada a «iluminar a todos los hombres» para recuperar, de acuerdo con los nuevos tiempos, la esencia y el espíritu del carpintero de Nazaret. Tomó el testigo Pablo VI, angustiado por la amenaza del Armagedón nuclear y el horror del hambre del Tercer Mundo ( «los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos». Populorum progressio, 258 ). La llegada de Juan Pablo II supuso la liquidación de los avances aperturistas del Vaticano II y el protagonismo irresistible de las tendencias más reaccionarias, encabezadas por el Opus Dei, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo y Neocatecúmenos.
Ratzinger tuvo que esperar a la desaparición de Wojtyla para tratar de arrancar la mala hierba de la pederastia, dejando al descubierto a cientos de sacerdotes que no predicaban precisamente con el mejor de los ejemplos, reconociendo la vergüenza infringida y pidiendo perdón por ello. Al inicio del sismo económico que todavía sacude el mundo, dio a conocer su Carta Encíclica Caritas in Veritate (29-06-09) que ha pasado sin pena ni gloria, aunque actualizando el espíritu de la Populorum p. se pedía la justicia y el bien común (Cv.6) para una sociedad en pleno proceso de globalización. Y además de postular por «una coalición mundial a favor del trabajo decente», Benedicto XVI lanzaba una advertencia ajustada, pero con escasa receptividad: «Los agentes financieros han de redescubrir el fundamento ético de su actividad para no abusar de aquellos instrumentos sofisticados con los que se podría traicionar a los ahorradores» (Cv.65).
Al «panzerpapa» se le ha acabado la gasolina y abandona su puesto en busca del sosiego de un convento de clausura. Es la víctima, según todos los indicios, de una nueva conjura que nos recuerda las luchas por el poder en el Vaticano, con los Borgia y los Medici, entre otros, como protagonistas. Una vez más han triunfado los herederos de aquellos que en tiempos de Constantino decidieron estar antes con el Poder que con el Pueblo. Se abre el periodo de quinielas y, aunque en cuestiones vaticanas los pronósticos son muy difíciles, el mejor colocado es el cardenal Angelo Scola, titular de la sede de Milán y miembro del reaccionario Comunión y Liberación. Con lo cual puede confirmarse que la capacidad de empeorar siempre es posible.