Ahora ya no me sirve de nada ocultarlo

Malos tiempos aquellos en Bélgica. Excesivamente malos. Por eso apellidándome Magritte y todo no tuve más remedio (¿quién no necesita comer?) que, entre 1942 y 1946, falsificar cuadros y dibujos de Picasso, Braque, Chirico, incluso hice un “Origen del mundo” de Gustave Courbet, pero en este caso fue más como un homenaje y un ejercicio de estilo. Las diferencias con el original están ahí para demostrarlo. También es verdad que tenía que trabajar sobre la base de unas copias y reproducciones deficientes, lo que me obligaba a improvisar y suplir ciertos detalles. Sin embargo, el resultado final era convincente y magnífico.

Mi antiguo amigo Marcel Mariën, con el que me enemisté en 1954, nunca debió contarlo en sus Memorias de 1983, ni confesar que él mismo se encargaba de venderlos en París a raíz de sus frecuentes viajes a esa ciudad. Lo conocí en 1937, y formó parte de nuestro grupo surrealista, además de ser un gran fotógrafo, poeta y ensayista.

Y eso no fue todo, porque también me dediqué con mi hermano a la misma operación de reproducción, pero de billetes de banco, unos quinientos de cien francos que dibujé y grabé.

Tampoco es cuestión de escandalizarse a estas alturas cuando de todas formas no fui el único. Por idénticos motivos y circunstancias el español Oscar Domínguez se vio obligado a hacer lo mismo con obras de compañeros surrealistas, que vendía al marchante Augustinci fingiendo que se las habían enviado sus camaradas desde Estados Unidos. No conozco más peripecias de tal naturaleza, aunque no sería extraño que existieran en unos años tan revueltos y terribles.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)