Ahora que se ha muerto el loco

De aquel tiempo va quedando sobre todo el recuerdo extrañado de quienes lo vivimos. Los ochenta son ya una dictadura del calendario (40 años). En la memoria a veces hace frío, aunque también hay muchas luces, y quimeras, y cubatas, y en las radios, cuando rompía la medianoche, se asomaba desde el lorquiano Guadalquivir de las estrellas un locutor de verbo caliente y claro llamado Jesús Quintero. Fue, en sus inicios, una voz clásica de la Radio Nacional de España de los sesenta/setenta, que había empezado en el teatro, como actor. Nació en San Juan del Puerto en 1940 y fue un andaluz de vocación marcadamente sevillana.

Antes de emigrar a su querida ciudad del sur, hizo carrera radiofónica en Madrid. En Radio Nacional presentó junto con Marisol del Valle el programa “Estudio 15-18”, aunque su primera gran creación personal fue “El hombre de la roulotte”, un programa con el que recorría pueblos y caminos descubriendo gentes y paisajes invisibles para la radio convencional. El final de ese espacio, de la segunda mitad de los 70, coincidió con una profunda depresión, que le mantuvo varios años aislado del mundo y sus ruidos. En l980, siempre en Radio Nacional, copresentó con Cristina García Ramos y Pepe Ferrer el programa “Tres a las tres”. Poco después saltó a la medianoche de la radio pública con un espacio que los directivos de la cadena titularon “Para mayores sin reparos”, nombre que a él le disgustaba. Una noche dijo en directo: “A este programa le han llamado “Para mayores sin reparos”. No me gusta”. Puso en antena la canción “The fool on the hill” de los Beatles y añadió: “En realidad soy como un loco en una colina. ¿Cómo te gustaría a ti llamar a estos noventa minutos de utopía?”. Y en adelante esa hora y media de radio se llamó “El loco de la colina”. Empezaba a forjarse el mito. Más tarde comentaría: “Me cansé de ser un locutor loro”. Eso sí, la dirección de la cadena retiró el programa por considerar que inducía al suicidio. Tras tres meses de suspensión volvió. Acabaría siendo un espacio legendario. El éxito era tan resonante que la radio privada puso sus ojos en él. Tras dos años en la antena de Radio Nacional fichó por la Cadena SER con un sueldo millonario, y lo hizo con una condición inaudita a una cadena comercial: que se emitiera sin publicidad. Cuando le hablaron de poner al menos un anuncio de Aspirina, comentó: “No me duele la cabeza”. Emitía desde Radio Sevilla, en un estudio hecho a su medida, con una fuente de agua que se oía manar cuando cesaban las palabras y con velas para crear un ambiente propicio a la confesión. Desde la ciudad de la Giralda, Quintero era señor de sus palabras… y de sus silencios. Un intocable. Mi compañero de TVE Santos López era poco más que un becario cuando trabajó con él de productor en la emisora sevillana de la SER y recuerda que el loco se paseaba por la capital andaluza con un deportivo descapotable y seducía a mujeres de bandera.

Quintero, con su apellido de cancionero popular, es la cumbre de la radio nocturna española, y ahora que se ha ido, quienes le escuchamos no es raro que sintamos añoranza de aquellas noches intensas y lejanas en que un caballero más loco que cuerdo se asomaba a los acantilados de la soledad, a los manicomios de la desesperación y el desamor, en un revoltijo insólito donde lo vivo y lo pintado, lo hermoso y lo cursi compartían la misma cama. A los años les han ido creciendo piernas y la vida corre con cierto aire cansado, pero quienes le escuchamos entonces no olvidamos las palabras que Quintero declamaba con su voz grave y armónica, mientras sonaba música de Pink Floyd, los Beatles o el Lebrijano y el loco hacía preguntas y dejaba silencios que descolocaban a sus invitados y a veces les hacía decir lo que no querían. Una noche Dolores Ibárruri, la Pasionaria, rezó el Padrenuestro en latín.

El loco era una creación de Quintero, pero él no escribía las frases que en su voz eran a la vez herida y sanación. Contó con guionistas como Javier Salvago, Paco Correal o Raúl del Pozo, quien ha escrito estos días que al loco “había que sacarle la pasta por adelantado. El dinero le quemaba en las manos. Se lo gastó todo en coches y en chalecos, en reflotar teatros y en apostar por la pandilla de los grandes gitanos del cante y el baile”. Si en la radio vivió su edad de oro, le quedaba la televisión donde puso en marcha programas como “El perro verde”, “Los ratones coloraos” o “Cuerda de presos”. En la tele fue un señor de atmósferas, de claroscuros, de humo y otoño, y entrevistó a famosos y a anónimos a los que él llevó a la popularidad. Tipos como el Risitas, el Beni de Cádiz, Esmeralda de Sevilla o el Pollito de California.

Fue Quintero un tipo raro, una voz prodigiosa a la que acompañó la fortuna, sino tal vez hubiera podido quedarse, como tantos compañeros de Radio Nacional, en el baúl de los locutores olvidados. Fue también un pícaro y un seductor que le daba a todos los palos. En una ocasión, cuando trabajaba todavía en RNE en Madrid, pidió al director de la emisora un par de días libres para ir a Huelva al entierro de una tía. Por esas carambolas de la vida quiso el azar que el director acudiera al aeropuerto de Barajas a recoger a un familiar y se encontró con Quintero que se disponía a tomar un vuelo para Ibiza acompañado de una hermosa mujer. Al director le dio tiempo para acercarse y comentarle: “Como director no te he visto y como amigo estás loco”. Quintero hizo programas magníficos desde Madrid y sobre todo desde esa Sevilla que había sido cuna de facinerosos y artistas, una ciudad que nunca escondió su gusto narcisista por mirarse en el espejo del Guadalquivir.

Original en elobrero.es