AGUIRRE O LA ASTUCIA CHULAPA Por Teófilo Ruiz
«¿Cómo es posible que exista la posibilidad de que en Madrid, ¡cuna del 15-M!, pueda ganar una señora como Esperanza Aguirre?». Esta era la amarga reflexión del actor Sergio Peris-Mencheta en La Verdad de Murcia (1.05.15) y añadía que «Me estoy planteando irme de España si vuelve a ganar el PP». Pues bien, pese al enfado de Peris-Mencheta y de otros muchos, los datos que apuntan las encuestas más fiables de cara a la próxima cita municipal y autonómica al PP no le va a ir tan mal como pudiera colegirse de la serie de escándalos de corrupción que le acompañan, sin solución de continuidad, ad nauseam.
Pero tal vez donde mejor librado pueda resultar —salvo que una coalición de sus oponentes lo impida— es en la capital de Estado, en ese rompeolas de las Españas. Y la protagonista de ese «milagro» no es otra que Esperanza Aguirre, una política que ha logrado hacer de sus torpezas virtud. En cualquier charco que se meta, casi siempre logra salir sin marcharse los zapatos. Es esta una habilidad que no está al alcance de cualquiera: no pocos miembros de su equipo de gobierno se encuentran implicados en tramas de corrupción tan graves como la Gürtel o la Púnica y ella trata de presentarse como la adalid y azote de los corruptos —la responsabilidad in vigilando no le atañe en absoluto— tiene un comportamiento de circulación nada ejemplar y lo presenta como un acoso policial; propone la ocultación de los mendigos de las calles de Madrid y, ante el rechazo hasta en su propio partido, da marcha atrás sin despeinarse; intenta la privatización de la Sanidad y la Educación y lo presenta como una mejora en la gestión, con independencia de que se haya llevado por delante miles de puestos de trabajo.
La lista de «logros» de Aguirre es mucho más larga, pero insuficiente para impedir que las encuestas le den el triunfo a la alcaldía de Madrid aunque, de momento, sin mayoría absoluta. Cierto que de sus oponentes son muchos los ciudadanos que no tienen conocimiento de rostro ni nombre. La única excepción es el candidato del PSOE, más dotado para la frivolidad de las tertulias televisivas que para una opción seria de gobierno. Esperanza Aguirre —tal vez sin saberlo— ha hecho suyas las palabras pronunciadas por Goebbels en marzo de 1933 ante representantes de la radio alemana: «El principio fundamental es evitar ser aburrido a toda costa. Lo antepongo a todo lo demás». La lideresa, de acuerdo con los tiempos, se ha trasladado de medio y es el dirigente político que más aparece en televisión. Gracias al «juego» que dan sus declaraciones y propuestas, las diversas cadenas le están haciendo la campaña electoral, sin el menor desembolso, al tiempo que sus contrincantes permanecen en un anonimato del que no van a tener tiempo de salir.
Puede que no posea la claridad de visión, necesaria en todos los líderes carismáticos, ni la capacidad de reaccionar ante problemas a corto plazo, algo necesario en todo buen político. Pero Esperanza Aguirre conecta como pocos con los sentimientos y creencias de una parte considerable de la ciudadanía madrileña. Esta condesa consorte y grande de España parece la genuina continuadora del espíritu de ese pueblo que se lanzó a la calle para sustituir a los caballos de tiro de la carroza de Fernando VII, al grito de «¡Vivan las caenas!». Un pueblo contradictorio que se opuso a la sublevación militar, arrasando el cuartel de La Montaña en julio de 1936, pero que harto de guerra vio con alivio la entrada de las tropas franquistas. Con la llegada de la democracia, la izquierda ha ido perdiendo terreno lentamente, hasta ver como distritos emblemáticos (Vallecas o Villaverde) se decantaban por la derecha, dejando bien a las claras que no hay una correspondencia automática entre situación socioeconómica y opción política.
Esperanza Aguirre que no ha dudado en sacar rentabilidad política hasta con sus problemas de salud espera su oportunidad. Pactará con quien sea preciso, si los datos de su partido en municipales y autonómica ponen en cuestión la idoneidad del presidente del Gobierno para repetir como candidato a la Moncloa. Será el añorado momento de convertirse en la Thatcher española; de coronar una carrera política empujada por una mal disimulada voluntad de poder, que no se ha detenido en acontecimientos tan bochornosos como su llegada a la presidencia de la Comunidad de Madrid o la falta de asunción de responsabilidades ante la larga lista de colaboradores corruptos. Del palacio de Cibeles quiere llegar al de la Moncloa y espera convertir una derrota de su partido en un triunfo personal. No queda mucho para comprobar si esos deseos se cumplen.