ADEMÁS DE MUERTO, BIEN ENTERRADO

El francés Ingres (1780-1867), con la encomiable arrogancia del gran creador que era, no perdonó ni una, ni siquiera a los que pasaban a peor vida después de estar encantados de haberse conocido, pues a mejor vida, digo yo, sólo pueden ir los que han recibido tantos palos en su ínfima existencia que no les queda otra alternativa que esa. 

Por eso, su conducta fue modélica cuando el napoleónico barón Vivant Denon, director general de los Museos franceses, la diñó en 1825. Muy modosito y contrito, Ingres parecía un alma en pena a la hora de unirse al cortejo fúnebre del finado enemigo –su “anti-moi como él mismo lo calificaba- y marchar detrás del ataúd por las calles de París hasta su llegada al cementerio. ¡Qué perdida, qué pérdida para Francia!, repetía en voz susurrada y mostrando con ello su pleitesía más mordaz a este grotesco personaje, que tuvo la osadía de negarle el ingreso en la Academia de Bellas Artes.

En realidad, según contó él mismo posteriormente, se desternillaba ante el viaje al infierno de un miserable que siempre le había acusado de falta de talento y capacidad artística. Y la razón de su presencia en su entierro era nada más y nada menos que asegurarse más allá de toda duda de que su adversario estaba bien muerto y enterrado. Incluso examinó la tumba con la mirada y dijo: “Bien, muy bien; ahora sí sé que está ahí, y ahí se quedará”.

Y lo mejor todavía no había acabado, por cuanto a continuación fue elegido para ocupar precisamente la vacante además del sillón – ¡Quién se lo iba a negar ahora! – del ilustre e imbécil difunto. Un placer inmenso que a todos nos debería estar reservado. Si Ingres se opuso al perdón y así lo manifestó para la posteridad, esa es la actitud que competía a un artista de tal magnitud como él. Que algunos digan lo contrario –es poco cristiano, señoría- es irrisoriamente meritorio ante la inmortalidad de una obra inconmensurable. Ya le pueden acusar ahora de pintor “gótico” –ni ellos sabían lo que significaba- o que el crítico Théodore Silvestre, al contemplar su obra “Edipo y la Esfinge”, le considerase “un chino extraviado por las ruinas de Atenas”.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA y AECA)