A las tres serán las dos

Pedro Sánchez piensa que se pueden retrasar los relojes de la historia y aprovecharse de la propina temporal para comenzar de nuevo. “A las tres serán las dos”, nos han recordado repetidamente y Sánchez se lo ha creído. Los administradores oficiales del tiempo pueden cambiar la hora por decreto, acortar o alargar los días elegidos para ello, acomodar nuestra existencia a los equinoccios que marcan la proximidad del Sol a la Tierra, pero tales fenómenos no son otra cosa que una ilusión pasajera. Nuestro protagonista pretende prolongar la hora 25 que nos acaban de regalar y convertir los minutos añadidos en prórrogas interminables del tiempo que ha malgastado.

Caído en las trampas que pusieron a su paso en el tablero político, Sánchez exige a sus contrincantes una revancha inmediata. Por eso vuelve a la casilla de salida y tira de nuevo los dados que guardaba en el cubilete. Sin embargo, por mucho que quiera olvidar lo vivido y volver a jugar como si nada hubiera pasado, el escenario donde habitaba ha cambiado y las fichas de sus adversarios, dentro y fuera del PSOE, continúan distanciándose de la suya. De inmediato se embarcará en su coche fantástico y circulará por las carreteras secundarias de España. Buscará consuelo y cariño en las Casas de Pueblo que articulan las agrupaciones del Partido Socialista.

Por mucho que disimule, por mucho que cambie de indumentaria, Sánchez dejará tras sí un rastro de desastres electorales y contradicciones inexplicables. Con él en la Secretaría General el PSOE no ha sido capaz de derrotar a un partido conservador podrido de corrupción. Tampoco ha podido con un gobierno de derechas que cargó sobre las espaldas de los más vulnerables los efectos más nocivos de la crisis económica. Apercibidos del estruendo contestatario que se escuchaba en las calles, ni Rubalcaba, su antecesor en el cargo, ni él mismo supieron articular un discurso político que encauzara ese clamoroso descontento. Responsabilidad compartida que no exime a Sánchez de la culpa que le corresponde. Desde que ganó las primarias y se instaló en la planta noble de Ferraz, todo lo que iba mal en el PSOE se fue empeorando.

Ahora explicará a la militancia que los poderes plutocráticos y los mandarines financieros han impedido que presidiera un gobierno de las izquierdas apoyado por los secesionistas catalanes. Según parece, esa solución era la pretendida por Sánchez. Entonces, algún compañero le preguntará: “si usted pensaba eso, ¿por qué no lo defendió públicamente en lugar de esconderse bajo las faldas del Comité Federal?”. Sánchez lo tiene muy complicado: ¿quién le comprará su mercancía averiada? ¿Dónde predicará su religión de convertir al Partido Socialista en un zascandil de Podemos? ¿Quién de los suyos perdonará a Iglesias y a Rufián los insultos arrogantes que han dedicado a los socialistas? ¿Incluirá en su ensueño estratégico a los jabalíes rufianescos que pregonan la independencia unilateral de una parte de España? Señor Sánchez, para usted, a las tres no serán las dos. El tiempo del que disponía ha terminado.