Balada de otoño
Otoño, con melancolía de canción de Serrat, buscando en los cajones del tiempo, todo tan cambiado y siempre igual, haciéndome viejo sin sentirlo, muriendo de asfalto, viviendo de milagro, caminando por las mismas calles, atropellado por los mismos coches, mirando a las mismas mujeres que caminan delante de mí, saltándome semáforos, respetando semáforos.
La vida sigue distinta, como el río de Heráclito, como el afluente en que lloró Manrique a su padre, de pronto ha pasado un minuto, que son ya cuarenta años, cuarenta años largos desde aquella tarde inmensa y porvenirista en que llegué a Madrid, a una pensión remota, que aún sigue con su reclamo en la puerta, a una casa de comidas y de camas, barata y sofrita, de la calle de la Puebla, con vistas al teatro Lara y a un paso y medio de la Gran Vía, justo en línea recta con Callao. El mundo, aquella tarde con luces ya nocturnas, se me cayó encima, pero no para aplastarme, sino con gozo y pasión, en el convencimiento de que había llegado a la ciudad prometida, a la capital del mundo; aquellos cines con carteles de fantasía, no uno, ni dos, sino una constelación de cines, mi juventud arrebatada y deslumbrante. Era pobre, claro que sí, pero millonario en ensoñaciones, convencido de que había llegado a aquellas aceras anchas, como caderas de actriz de Hollywood, para hacer realidad lo que tantas veces había imaginado en mi internado, en mi casa de campo sin luz eléctrica, en el instituto en que tanto aprendí, y del que he olvidado los malos ratos.
“La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación”, leo en Kant. Tenía esta frase preparada para meterla en alguna columna, y no era fácil, pues no cabía ni en el camelo del premio Planeta, ni en otros apuntes del natural, pero había que hacerle sitio, por imperativo categórico, por lo que tiene de exaltación y sortilegio. Había que colocarla, aunque fuera de rebote, y aquí está: la felicidad es un ideal de la imaginación, y un guiso de quimeras, y una apariencia, y una verdad de mentira y una mentira verdadera. Aquí tengo otras frases, un párrafo de prosa poética, que también quería meter en una columna, y pasaban los domingos y no encontraba el sitio. Y hoy, por fin:
“Entre el sauce apenas rozado por las aguas y la torre amarilla, el tiempo mira al tiempo y lo devora. El río lleva lento, hacia lo lejos, imágenes sin nombre, rostros muertos, el ritual aciago del adiós. Y tú, pálida sombra, en la cruel ruina de la memoria encuentras todavía fundamento”.
Fragmentos de un libro futuro, de José Ángel Valente. Me recomendó este poemario, hace por lo menos cinco mil noches, mi amigo Teófilo Ruiz, un sabio que leía a Plotino. Tenía un bigote breve de presocrático de Puertollano y leyó a los clásicos (Plotino incluido), en su primera juventud, en los barcos en que recorrió el mundo como oficial de máquinas de la marina mercante. Teo era lo más que se puede ser: un amigo. Los antiguos creían superior la amistad al amor. Se lo leo a Octavio Paz en La llama doble. Creo que son asuntos de naturaleza diferente. El amor es un terremoto: la amistad, una flor que crece lentamente. El terremoto (el amor) destruye con frecuencia cuanto le rodea, incluidas las flores, pero hay veces en que los amantes son domadores telúricos que consiguen embridar el azaroso fenómeno natural y transformarlo en un apacible compañero de viaje. En cuanto a la flor (la amistad), hay muchas veces en que se marchita por falta de riego, o muere inundada; otras, se transforma en un hermoso jardín, que dura lo que dura la vida. Así fue con Teo, al que recuerdo cuando el suelo se va abrigando con hojas, se va vistiendo de otoño, y la tarde se adormece y la vida parece que pudiera suceder de otra manera.
Original en elobrero.es
JUAN ANTONIO TIRADO
Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.