El fútbol sí es para tanto

Por alguna razón que se me escapa, probablemente de carácter físico, arrastro desde la adolescencia una cierta fama, nada relevante ni ostentosa, de intelectual. Supongo que el hecho de gastar durante muchos años gafas, en el más acabado estilo gafitas cuatro ojos, y una cara de despistado, que a poco que me descuidara me daba un aire aproximadamente bobo, unido a mi gusto por la literatura, contribuiría a fraguar ese malentendido. Sin embargo, yo había venido a este mundo a ser futbolista, en concreto, delantero centro del Atlético de Madrid y de la selección española, y de no ser porque Gárate se me había adelantado en el tiempo hubiera querido ser él. Gárate ya era Gárate antes de poder serlo yo y, por otra parte, mis facultades para pegarle patadas a una pelota eran muy menguadas y eso que no tenía otro afán que jugar al fútbol, pero ni aun así hubo modo, los dioses son despiadados. Muy pronto me di cuenta de que no estaba llamado por los caminos del gol, aunque lejos de frustrarme busqué otros modos de realización. Puesto que no podía ser Aquiles, el héroe, sería Homero, el narrador de sus gestas, el ciego de los mil ojos y el verbo encendido. Si no era Pelé sería José María García. Y así, cambiando de vocación y de conversación, fui echando la infancia y la pubertad.

El fútbol es asunto de sustancia e intríngulis, tiene algo de fenómeno religioso, lo que quizá explique que a veces derive en fanatismo. Uno puede sentirse solo en el cine, o en el teatro, pero eso no sucederá en un estadio si uno vive la liturgia con otros seguidores de su equipo, aunque le sean completamente desconocidos, aunque, en cualquier otra circunstancia, quizá no intercambiara con ellos ni un saludo. En el templo del balón y durante el tiempo del partido, los seguidores son hermanos que comparten una misma fe. Y cuando un jugador mete un gol, lo marcan al mismo tiempo todos los hinchas que ven el encuentro en comunión. Gárate me confesó que él ha disfrutado más de los goles del Atlético  en la grada que cuando los marcaba. (Claro que, Gárate, el ingeniero del área, era un modelo de educación demodé, que confesaba que no celebraba los goles por no ofender al portero batido). Quien no sea aficionado al balompié y, aún más, seguidor acérrimo de un equipo, no sabe el misterio que encierra un gol, lo que tiene de revelación, de epifanía.

Naturalmente, todo esto es pura exageración y solo desde la hipérbole es comprensible. El fútbol como juego es equivalente al escondite o a la gallinita ciega; como deporte de masas, si se mira desde la razón más elemental, es una bagatela, pero algún componente que se nos escapa habrá en esta representación para que levante pasiones. Recuerdo que cuando el escritor Francisco Ayala cumplió cien años, lo entrevistamos mi colega y amigo Juanjo Mardones y yo en Informe Semanal. Fuera de cámara le comenté a Ayala: “Usted, que aparte de escritor es sociólogo, coincidirá conmigo en que cuando el fútbol mueve a tanta gente, algo tendrá el fútbol”. Y él me contestó raudo: “O algo tendrá la gente”.

Manuel Vázquez Montalbán dijo que el Barcelona era el ejército desarmado de Cataluña, pero Montalbán no llegó a conocer los pagos sospechosos de su club al árbitro Negreira, que eso puede suponer algún tipo de rearme. Lo que es obvio es que el balompié tiene una dimensión política cierta, al punto de que hay quien empieza a pensar que en la sorprendente trayectoria del Girona, el equipo del que es forofo Puigdemont, podría haber gato encerrado. ¿Por qué no imaginar que, junto a la amnistía y el referéndum, el prófugo podría exigir el campeonato de liga para investir a Sánchez? Total, nada como la política ficción si de lo que se trata se trata es de armar un buen relato.

Original en elobrero.es

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.