2020, el año de la pandemia y de la desinformación

De acuerdo con el adagio clásico, en tiempos de crisis o de guerra, a nadie le interesa la Verdad, con mayúsculas, en su sentido más filosófico y profundo. Los medios periodísticos, que debieran ser ante todo éticos y responsables, quedan estrictamente subordinados a determinados fines políticos o estratégicos. El Periodismo, como institución y como actividad profesional, desaparece y todo el ecosistema comunicativo se convierte en el terreno de la propaganda y la desinformación sistemáticas. Una Verdad cuya búsqueda y transmisión debería ser, precisamente, la esencia del ejercicio profesional e institucional del Periodismo.

A más gravedad en la crisis, además, se producen más aguas revueltas y más ganancia para fabuladores interesados. Se genera un contexto en el que la mentira se convierte en un arma de futuro, según otro clásico tópico en circulación. La crisis sanitaria de la Covid-19 ha exacerbado, indudablemente, todos los peores síntomas latentes en este ámbito, haciendo aflorar todo tipo de teorías descabelladas y acientíficas, supuestas conspiraciones de todo género, simples delirios…

La intencionalidad y la planificación son los elementos clave en el que podríamos denominar “ecosistema desinformativo”, en el que los bulos se han convertido en artefactos de difusión masiva a través de las redes sociales. La pandemia de Covid-19 ha desatado, al mismo tiempo,  una auténtica infodemia. Personas de todo el mundo están abrumadas por una brutal avalancha de información: alguna confusa, alguna contradictoria, alguna precisa, otra inventada y toda accesible con una velocidad impensable hasta hace unas décadas. En el caso de España, el panorama histórico de los medios de comunicación social –prensa, radio y tv-, inscrito en el sistema político y económico por su afinidad con los partidos constitucionales, ha quedado, en buena medida, plenamente desbordado. Los mecanismos y resortes de la propaganda clásica han sido rápidamente superados por la inmediatez y la masividad de las redes sociales. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación sirven ahora, con más eficacia que nunca, para el siempre efectivo recurso a la emoción más que a lo racional, de acuerdo a las contrastadas doctrinas de Goebbels.

En todo caso, una cuestión pendiente -que habría que resolver- es la evaluación de hasta qué punto sirve la mentira para ampliar las bases de un movimiento político o tan solo para afirmar a los ya convencidos. Igualmente, habría que afrontar el reto de la regulación o de la intervención de los poderes públicos en este ámbito tan caótico y que implica a tantos agentes: operadores de redes, creadores de contenidos, sociedad civil, medios de comunicación y partidos y élites políticas en general.

En el aciago 2020, en cualquier caso, vivimos completamente rodeados de noticias y datos falsos que no dejan de repetirse sin ningún tipo de freno. De hecho, los difusores y consumidores de fake news suelen ser negacionistas convencidos, que no dan credibilidad a ningún tipo de intento de verificación, venga de agencias públicas o privadas. Se trata de difundir el odio y la desconfianza, que prosperan a sus anchas en el mundo de las falacias. Sin embargo, para referirnos a las falsedades, quizá en un esfuerzo por mantener la concordia, se ha empezado a utilizar eufemismos para aludir a cosas absurdas y, en muchos casos, incluso delictivas: posverdad, teorías marginales, pensamiento líquido, medias verdades, verdades o hechos alternativos, hipérboles…

Desde el ámbito profesional y académico, una vez más, hay que insistir todo lo que sea necesario en que la Verdad sí que importa. Una era de la Posverdad sin límites sería una era de la irracionalidad deliberada, en abierta oposición a todos los grandes avances de la humanidad. La única defensa contra los embusteros taimados, la defensa más fiable, es que todos nosotros nos convirtamos en pensadores críticos, como sostiene Daniel J. Levitin en su reciente ensayo La mentira como arma (Alianza, 2019).

La alfabetización mediática, un conjunto de habilidades de pensamiento crítico que se movilizan para la búsqueda de información fiable, es más necesaria que nunca para proteger nuestra salud física y la salud de nuestra comunidad global. Y esto así, sobre todo, porque los nuevos medios y los movimientos políticos y sociales alternativos solo disponen de los cauces no convencionales para difundir sus programas y se han lanzado a este universo de la falacia comunicativa con auténtica voracidad. Han hecho de la desinformación, bulos y mentiras sistemáticas su propia esencia y su manera de ser y estar, con la que llamar la atención de las audiencias y espectadores, ya que no disponen de apoyos en los medios de comunicación clásicos e institucionalizados. Y lo cierto es que, para ellos, no hay ningún tipo de incentivos para no difundir fake news en el panorama actual, es un verdadero juego de ganar-ganar.

Por otro lado, nunca ha sido tan fácil mentir y manipular a discreción, pero también es cierto, al mismo tiempo, que nunca ha sido tan fácil verificar las informaciones o desinformaciones, si así se desea. Esto conduce a pensar en la validez de la clásica teoría de que el usuario se convence de lo que quiere y busca básicamente reforzar sus ideas. La alfabetización mediática, hay que insistir una vez más, es la principal medida de contención. En definitiva, la mejor defensa es proporcionar, desde el ámbito profesional y académico, herramientas y estrategias para valorar la información y verificar que muchas cosas simplemente no son tal como se nos dice. Es, pues, más que necesario fomentar la educación en medios para formar a la ciudadanía, de modo que sepa discernir las noticias falsas, intoxicaciones y bulos. Es una tarea pedagógica que ha de permitir concienciar sobre la desinformación, formar en la conciencia crítica, enseñar a identificar el origen de la información y saber cómo contrastarla. Una Educación con mayúsculas, cívica e integral, en suma, entendida tal como ya se hizo en la Constitución de 1812, en el apartado de Derechos políticos.