1.515 Por Teófilo Ruiz

Es el número  que, al parecer, se persigue con ahínco por los despachos de lotería de toda Cataluña. No se debe a que coincida con el año de nacimiento de Teresa de Ávila o la mayoría de edad del que sería Carlos I. La razón es más chocante: coincide con el número de votantes de la CUP que, en el escrutinio final, se decantaron por un SÍ y por un NO ante la propuesta de apoyar a Artur Mas como jefe del ejecutivo catalán, destinado a encabezar el proceso de desconexión con España. Después de tres reñidas votaciones en las que fue rechazado el apoyo al actual presidente en funciones, se produjo una especie de milagro, algo insólito, tan probable como que nos toque el primer premio del euromillón, o tan difícil como los números de juegos malabares de un cabaret del antiguo Paralelo. Pero para asombro de propios y extraños y para confirmar que la política se ha convertido en un espectáculo, tanto en Cataluña como en el resto de España, el empate vuelve a dejar las cosas en su sitio. O sea, a la espera de otro movimiento de JxS que de la propuesta de presidencia en forma de tetrarquía pasa a la de anarquía.

Ridículo, indigno, inaceptable y unos cuantos descalificativos se han lanzado contra Mas, pero el señalado sigue en sus trece: ha logrado para su partido una serie de resultados cada vez peores; ha conseguido que desaparezca su socio histórico (Unió) y ahora está a punto de fraccionar a la CUP, con una división (por su nombramiento) que la puede hacer estallar: una capacidad de destrucción pocas veces vista y que merecerá ser estudiada en los manuales de estudios políticos (cuando menos se aproxima a «La muerte roja» de Poe). Y por si no era suficiente, la desestabilización instalada en Cataluña amenaza a la formación del gobierno en España, por ser el referéndum de autodeterminación una de las «líneas rojas» que más separan a los partidos estatales a la hora de plantearse los necesarios acuerdos para alcanzar un pacto de gobernabilidad.

Sin embargo, el foco está dirigido hacia el PSOE y su secretario general. Por el momento el presidente del PP y jefe del gobierno en funciones se limita a recibir y escuchar, pero hasta ahora, que se sepa, no ha abierto la boca para plantear las propuestas que puedan convencer a los demás para que apoyen su investidura, salvo que encabeza la lista más votada.

Aunque la campaña electoral se cerró con las votaciones del 20-D puede decirse que se ha prolongado y se mantiene la misma tónica: todas las críticas contra el PSOE y, de forma contumaz, contra su secretario general, Pedro Sánchez, del que se dice que tiene los días contados, ante los malos resultados obtenidos. A esta caza y captura se suman sus propios compañeros, encabezados por la presidenta de Andalucía que, según parece, aspira a encabezar el cartel socialista en unas próximas elecciones y trasladar los resultados de su comunidad al resto de España.

Si el 1.515 de la CUP sitúa la política catalana en el disparate, el panorama estatal no es para lanzar las campanas al vuelo: una de las posibilidades (a escasos días de los comicios) es volver a las urnas. Politólogos a la violeta no faltan que vaticinan una recuperación del PP y un crecimiento importante de Podemos hasta dejar al PSOE en puro testimonio. De forma planeada o no, sería la repetición del intento de Julio Anguita de ejercer «la pinza» sobre los socialistas con la complacencia de los populares que, en último término, serían los más beneficiados, pues volverían a asegurarse el gobierno. Con independencia de que arriesgar pronósticos políticos a estas alturas tiene la misma fiabilidad que las «videntes» televisivas del tarot, los socialistas no renuncian a sus raíces e insisten en su juego favorito: navajazo en la safena del compañero y que siga la bronca.

Por si al espectáculo político le faltaba algún ingrediente, desde Podemos se ha lanzado una propuesta original: a tenor de la falta de acuerdo para formar gobierno, que lo encabece un «independiente de prestigio». No han dado nombres y niveles de «prestigio», pero es de suponer que no sea una ocurrencia de resaca electoral y ya tengan apalabrado al personaje. Es constitucional, pero es reconocer el fracaso de todos, ellos incluidos. El cuerpo electoral ha repartido los papeles y la importancia de cada uno de los personajes. Es de esperar que la comedia de costumbres no termine en bufonada.